Cuando mi hija Olivia llegó a nuestra vida, sentí un amor incalculable. Me explotó el corazón. Era una situación que carecía de cualquier explicación coherente; pero también me encontré frente al temor de cuidar a alguien tan diminuto y frágil, sin saber siquiera cómo se hacía. Con el tiempo fui consolidando la construcción de un lazo tan personal e íntimo como es el de la maternidad.
Esa construcción me permitió comprender que esa conexión con mi hija no era igual con su padre. Mi marido, tan fuerte e indestructible, de repente se había transformado en un hombre totalmente dominado por un delicado ser de apenas 3.2Kg.
Entonces, comprendí la conexión con mi propio padre; entendí porque siempre para él, a pesar de ya ser una mujer adulta, iba a ser siempre su pequeña nenita. Vislumbre el amor que se celebra entre un padre y una hija, y la cimentación de una simbología diferente sobre la paternidad. Entendí que en la mirada de un padre hay un amor incondicional hacia sus hijas y decidí que ese era el tema que quería retratar a través de este ensayo al que decidí titular simplemente: «Padres e hijas».
